11 de noviembre de 2013
Pueblos indígenas: programa de Bachelet en deuda
Si este programa se materializara, dejaría a Chile con un status de la discusión que dominó a América Latina en los años 90, reconociendo la multiculturalidad, pero evitando de plano una revisión algo más sustantiva del paradigma del Estado-Nación. Entonces, lo que quedó en el papel parece responder más a una política “en la medida de lo posible” que a un esfuerzo por replantearnos con serenidad, pero con altura de miras, la relación con los pueblos originarios.
Otra pregunta vital es qué reconocer. En el capítulo sobre la Constitución, el programa remarca un reconocimiento más acotado al valorar y difundir las “manifestaciones culturales de los pueblos indígenas”, insistiendo que debiesen tener derecho a educación propia y a un régimen educativo intercultural, llegando a reconocer sus derechos colectivos. Pero en el capítulo sobre pueblos originarios se especifica otra importante área de reconocimiento asociado a los territorios y que se traduce en la propuesta de generar estatutos especiales de autonomía y autodeterminación a nivel territorial. El tema del despojo territorial es una pieza clave en la solución a las reivindicaciones de los pueblos indígenas. El programa indica que se buscarán mecanismos alternativos a la compra de tierras para poder satisfacer las demandas pendientes, cumplir el proceso de restitución de tierras y se estudiará la situación de las tierras fiscales.
Hasta aquí parece prometedor, sin embargo, no se considera una serie de propuestas ya hechas por la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato (2003) y que consideran: reemplazar la noción de “Áreas de Desarrollo Indígena” por la de “territorios indígenas”; establecimiento de mecanismos de reclamación de tierras en el ordenamiento legal; la consagración del reconocimiento territorial a nivel constitucional; y una serie de recomendaciones relativas a la demarcación, titulación, protección, y derecho de preferencia para obtención de concesiones del Estado para explotación de recursos naturales en sus territorios, entre otras materias.
Si este programa se materializara, dejaría a Chile con un status de la discusión que dominó a América Latina en los años 90, reconociendo la multiculturalidad, pero evitando de plano una revisión algo más sustantiva del paradigma del Estado-Nación. Entonces, lo que quedó en el papel parece responder más a una política “en la medida de lo posible” que a un esfuerzo por replantearnos con serenidad, pero con altura de miras, la relación con los pueblos originarios. Se reconoce a un “otro”, con su cultura y su identidad, pero se actúa con extrema cautela cuando se aborda el tema territorial y de recursos naturales, y de ahí que el tema no quede bien resuelto.
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